El pedido
de la princesa
En la tercera
torre más alta se encontraba ella. No sabía cómo ni cuándo había llegado hasta
allí, pero las llagas en sus muñecas indicaban que desde hacía un largo tiempo.
En su cabeza
tenía recuerdos borrosos de un infructuoso matrimonio, seguido de su condena a
muerte ordenada por la Reina.
Luego su
memoria evocó los hechos con claridad. Ella se había enamorado del príncipe del
país vecino y su madre la Reina, había arreglado su matrimonio más por fines
políticos que por el amor que tenía la pareja. Pero a medida de que pasaba el
tiempo, el amor que sentía el príncipe por sí mismo pudo más, y la princesa vio agonizar su relación de a poco,
hasta que sólo quedó dolor.
Las
cortesanas, por su parte, no soportaban saber que el reinado corrupto de la
Reina terminaría cuando la honesta princesa tomara su lugar, y con ello todos
sus beneficios. Así que acusaron a la princesa de conspiración contra su país,
y la Reina (que no podía soportar que su hija no la dejara manejar sus arreglos
políticos con el país vecino a su antojo) la condenó a muerte.
La mandaron a
la torre más alta del castillo sin comida ni bebida, para matarla al día
siguiente, pero su carcelero (y futuro verdugo) se había cautivado con la
belleza de la princesa y no quiso matarla, por lo que la mantuvo viva a
escondidas mientras abusaba de ella.
Sus lágrimas
corrían con más rapidez a medida de que cada imagen pasaba por su cabeza. En la
penumbra, podía escuchar el ruido de las ratas moverse cerca de ella, royendo
los restos de pan duro que quedaban.
Desde la
ventana entraba la luz taciturna de la luna creciente, rodeada de estrellas
centellantes.
Ella miraba el
cielo con ojos perdidos, como si la Divina Providencia le otorgara la salvación
desde lo profundo del universo. Entonces, una estrella fugaz iluminó el
firmamento, y en un desesperado ataque de locura la joven cerró los ojos y
pidió un deseo.
Cuando abrió
los ojos, estaba acostada en una cama vieja, y sudaba en frío como si tuviera
fiebre. La cama era parte del pequeño ambiente que conformaba una precaria
cabaña de madera. A su lado, estaba sentada una anciana de largos cabellos
blancos que se le acercó exasperada y le sacó un brebaje negro y humeante que tenía la joven en sus manos.
-Le dije Princesa, que no era bueno ver el futuro- dijo la bruja.
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