lunes, 19 de marzo de 2018

El milagro del solsticio de verano


Despertó temprano en la mañana. De la ventana se colaban cálidos rayos de sol y podía entreverse un hermoso jardín de flores. Observó ansiosa las mariposas danzando por los aires, preguntándose cuánto faltaría para el verano, su estación favorita. Le hubiera gustado quedarse en su pequeño paraíso, pero el deber llamaba.
Se quitó el camisón blanco que debelaba sus curvas a contraluz, y se vistió para partir. En unos instantes, la joven que aparentaba ser una dulce doncella se transformó en una guerrera con mirada enérgica. 
Debía buscar al nuevo rey y llevarlo sano y salvo hasta la coronación. Buscarlo en sí era fácil, pues el lugar donde vivía el príncipe era de público conocimiento. El problema era que debía convencerlo para aceptar el reinado. Eso no era de público conocimiento, por lo que su misión requería la mayor prudencia posible.
Eligió ir sin escoltas, para no llamar la atención. Una daga y una malla de acero bajo su ropa serían su protección hasta que se encontrara con el resto de la guardia real en el castillo del príncipe. Marchó con su caballo color café a todo galope, y después de tomar un atajo llegó a destino.
La recibió una escolta que la llevó a sus aposentos, y un dignatario del rey le envió sus disculpas por no poder recibirla, pues tenía unos asuntos que resolver por el momento, pero la invitaba a recorrer el castillo para conocerlo. La joven aceptó gustosa y mientras realizaba el paseo, entabló buena relación con las sirvientas, quienes le comentaban sobre la situación del heredero real.
El príncipe estaba bajo una enfermedad desconocida, que los médicos no podían curar. Durante el día permanecía tendido en su cama, y por las noches lo atormentaban sombras que no lo dejaban dormir. Ya no comía, ni atendía los problemas del feudo. Parecía que había envejecido de golpe y nadie sabía por qué.
Ella escuchó atenta y en silencio. Era evidente que en ese estado no iba a recibir a nadie, así que por la noche, se las arregló para entrar a los aposentos del príncipe. Y allí estaba él. Cansado, angustiado, con los ojos inyectados en sangre, la cara pálida y la mirada perdida. Caminaba de un extremo a otro de la habitación y pensaba. Ya estaba cansado de pensar. No quería ese reinado. De hecho, ya no quería vivir.
Iba a hablarle, cuando vio algo extraño. No era una sombra, no era una persona. Estaba allí, parado en un extremo de la habitación expectante, como hipnotizándola.
-Antes sólo la veía por las noches- dijo el príncipe- pero ahora se queda conmigo todo el día. Ya no duermo, porque las pesadillas me atormentan. Por favor, quiero la muerte.- Las lágrimas rodeaban su cara alargada. Nunca había visto tanta desesperación en una persona. Nunca se había detenido en misiones anteriores pero ahora, la que tenía terror era ella. ¿Qué sería del destino del reino con un rey así? ¿Llegaría a reinar?
La joven guerrera tomó su caballo y galopó todo lo que pudo. Fue a los bosques del sur, sin tener mucha idea de qué hacía, pero conocía a alguien que podría ayudarla.
La presencia de los duendes observándola desde las copas de los pinos era señal de que estaba cerca. Podía ver el humo a lo lejos. La estaban esperando.
-Bienvenida hija. Viniste a tiempo. – dijo la mujer de pelo plateado, ojos profundos y mirada dulce. Una versión más madura de su hija.
La joven le contó lo acontecido y la bruja la escuchó con atención, mientras tomaban té en hebras. Era evidente que al príncipe lo habían embrujado, condenándolo a consumirse lentamente en esa habitación. Luego miró la taza vacía con atención, pensativa, y le preguntó a la muchacha si estaba segura de lo que quería hacer, aunque ya sabía la respuesta. Una lágrima cayó en la taza.
A la mañana siguiente el príncipe despertó. ¿En qué momento se había quedado dormido? Se sentía renovado y las sombras habían desaparecido. ¿Dónde estaba la joven que debía escoltarlo? Debía aprontarse para ir a la coronación.
Los médicos llamaron a este acontecimiento “el milagro del solsticio de verano” y atribuyeron la mejoría al cambio de clima. El reino vivió muchos años de prosperidad bajo el mando de un soberano noble, justo y correcto. El rey siempre se preguntó por aquella joven guerrera. No volvió a verla, pero la recordaba en cada solsticio de verano, cuando una extraña brisa olor a pino le acariciaba el rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario