Despertó temprano en la mañana. De la ventana se colaban cálidos rayos
de sol y podía entreverse un hermoso jardín de flores. Observó ansiosa las
mariposas danzando por los aires, preguntándose cuánto faltaría para el verano,
su estación favorita. Le hubiera gustado quedarse en su pequeño paraíso, pero
el deber llamaba.
Se quitó el camisón blanco que debelaba sus curvas a contraluz, y se
vistió para partir. En unos instantes, la joven que aparentaba ser una dulce
doncella se transformó en una guerrera con mirada enérgica.
Debía buscar al nuevo rey y llevarlo sano y salvo hasta la coronación.
Buscarlo en sí era fácil, pues el lugar donde vivía el príncipe era de público
conocimiento. El problema era que debía convencerlo para aceptar el reinado.
Eso no era de público conocimiento, por lo que su misión requería la mayor
prudencia posible.
Eligió ir sin escoltas, para no llamar la atención. Una daga y una malla
de acero bajo su ropa serían su protección hasta que se encontrara con el resto
de la guardia real en el castillo del príncipe. Marchó con su caballo color
café a todo galope, y después de tomar un atajo llegó a destino.
La recibió una escolta que la llevó a sus aposentos, y un dignatario del
rey le envió sus disculpas por no poder recibirla, pues tenía unos asuntos que
resolver por el momento, pero la invitaba a recorrer el castillo para
conocerlo. La joven aceptó gustosa y mientras realizaba el paseo, entabló buena
relación con las sirvientas, quienes le comentaban sobre la situación del
heredero real.
El príncipe estaba bajo una enfermedad desconocida, que los médicos no
podían curar. Durante el día permanecía tendido en su cama, y por las noches lo
atormentaban sombras que no lo dejaban dormir. Ya no comía, ni atendía los
problemas del feudo. Parecía que había envejecido de golpe y nadie sabía por
qué.
Ella escuchó atenta y en silencio. Era evidente que en ese estado no iba
a recibir a nadie, así que por la noche, se las arregló para entrar a los
aposentos del príncipe. Y allí estaba él. Cansado, angustiado, con los ojos inyectados
en sangre, la cara pálida y la mirada perdida. Caminaba de un extremo a otro de
la habitación y pensaba. Ya estaba cansado de pensar. No quería ese reinado. De
hecho, ya no quería vivir.
Iba a hablarle, cuando vio algo extraño. No era una sombra, no era una
persona. Estaba allí, parado en un extremo de la habitación expectante, como
hipnotizándola.
-Antes sólo la veía por las noches- dijo el príncipe- pero ahora se
queda conmigo todo el día. Ya no duermo, porque las pesadillas me atormentan.
Por favor, quiero la muerte.- Las lágrimas rodeaban su cara alargada. Nunca
había visto tanta desesperación en una persona. Nunca se había detenido en
misiones anteriores pero ahora, la que tenía terror era ella. ¿Qué sería del
destino del reino con un rey así? ¿Llegaría a reinar?
La joven guerrera tomó su caballo y galopó todo lo que pudo. Fue a los
bosques del sur, sin tener mucha idea de qué hacía, pero conocía a alguien que
podría ayudarla.
La presencia de los duendes observándola desde las copas de los pinos
era señal de que estaba cerca. Podía ver el humo a lo lejos. La estaban
esperando.
-Bienvenida hija. Viniste a tiempo. – dijo la mujer de pelo plateado,
ojos profundos y mirada dulce. Una versión más madura de su hija.
La joven le contó lo acontecido y la bruja la escuchó con atención, mientras
tomaban té en hebras. Era evidente que al príncipe lo habían embrujado,
condenándolo a consumirse lentamente en esa habitación. Luego miró la taza
vacía con atención, pensativa, y le preguntó a la muchacha si estaba segura de
lo que quería hacer, aunque ya sabía la respuesta. Una lágrima cayó en la taza.
A la mañana siguiente el príncipe despertó. ¿En qué momento se había
quedado dormido? Se sentía renovado y las sombras habían desaparecido. ¿Dónde
estaba la joven que debía escoltarlo? Debía aprontarse para ir a la coronación.
Los médicos llamaron a este acontecimiento “el milagro del solsticio de
verano” y atribuyeron la mejoría al cambio de clima. El reino vivió muchos años
de prosperidad bajo el mando de un soberano noble, justo y correcto. El rey siempre
se preguntó por aquella joven guerrera. No volvió a verla, pero la recordaba en
cada solsticio de verano, cuando una extraña brisa olor a pino le acariciaba el
rostro.
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