domingo, 25 de diciembre de 2016

Una taza de té

Una taza de té
La joven toma una taza de té esa tarde. La toma con desagrado, un poco porque sabe que ya está más fría que lo que quisiera; otro poco porque sólo queda té de tilo, que resulta insulso a su quizás demasiado exigente paladar. ¿Demasiado exigente? ¿Será porque le exige demasiado a su precario sueldo de administrativa?
Ese planteo entonces, resulta ser la pequeña chispa que necesita su voz interna para lanzar una sarta de reclamos: “no me mato estudiando para que me paguen esta miseria”, “en realidad trabajo como auxiliar contable, lo cual es peor porque odio la contabilidad”, “no es justo tener que trabajar con semejante bruja de jefa”, etc., etc.
Lo que nadie sabía de Nora era esa impresionante capacidad que tenía de pensar rápido, por eso su constante mirada perdida, que la gente confundía con despiste. Así que los reclamos avanzaron a la velocidad de la luz y cambiaron de índole exponiendo todas sus frustraciones por sentirse forreada en la facultad, en su trabajo, a veces en su casa. Forreada, que linda palabra capaz de resumir la situación.
Tal vez el peor reclamo que se hacía eran las forreadas que se hacía así misma, aceptando un trabajo que no le gustaba porque no había otra cosa, siempre pensando primero en los otros, esgrimiendo una sonrisa fingida ante la adversidad y actuando como que es de piedra.
Está claro que Nora no sólo era exigente con su paladar, sino consigo misma.
Siguió tomando su té, pero ahora lo que le preocupaba era el choque que había entre la vida lineal que tenía hacía unos meses y la vida tan poco lineal que llevaba hasta ahora. Nunca tuvo miedo a arriesgar, pero lo que estaba en juego ahora era realmente importante para ella: su plenitud laboral. Ahora que estaba planeando formar un hogar con su novio y una familia en unos años (o al menos hasta estar recibida) no tenía bien en claro cuándo iba a hacer todos esos viajes por el mundo que planeaba, o si realmente iba a poder ir al extranjero a estudiar o trabajar. Debía existir la forma de hacer eso sin perder ese noviazgo; se negaba a abandonar todo lo que había construido sólo porque su pareja quería hijos antes de los 40.
El reloj dio las 16.15, ya era hora de irse. Dejó el té en la bacha, tomó su bolso y se fue.

Esa noche al ver las noticias en su casa, supo de un joven de 21 años que había muerto durmiendo. Fue muerte súbita. Nora reflexionó un poco y pensó “y uno se preocupa por boludeces”.


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