Una taza de té
La joven toma una taza de té esa tarde. La toma con
desagrado, un poco porque sabe que ya está más fría que lo que quisiera; otro
poco porque sólo queda té de tilo, que resulta insulso a su quizás demasiado
exigente paladar. ¿Demasiado exigente? ¿Será porque le exige demasiado a su
precario sueldo de administrativa?
Ese planteo entonces, resulta ser la pequeña chispa que necesita
su voz interna para lanzar una sarta de reclamos: “no me mato estudiando para
que me paguen esta miseria”, “en realidad trabajo como auxiliar contable, lo
cual es peor porque odio la contabilidad”, “no es justo tener que trabajar con
semejante bruja de jefa”, etc., etc.
Lo que nadie sabía de Nora era esa impresionante capacidad
que tenía de pensar rápido, por eso su constante mirada perdida, que la gente
confundía con despiste. Así que los reclamos avanzaron a la velocidad de la luz
y cambiaron de índole exponiendo todas sus frustraciones por sentirse forreada
en la facultad, en su trabajo, a veces en su casa. Forreada, que linda palabra
capaz de resumir la situación.
Tal vez el peor reclamo que se hacía eran las forreadas que
se hacía así misma, aceptando un trabajo que no le gustaba porque no había otra
cosa, siempre pensando primero en los otros, esgrimiendo una sonrisa fingida
ante la adversidad y actuando como que es de piedra.
Está claro que Nora no sólo era exigente con su paladar,
sino consigo misma.
Siguió tomando su té, pero ahora lo que le preocupaba era el
choque que había entre la vida lineal que tenía hacía unos meses y la vida tan
poco lineal que llevaba hasta ahora. Nunca tuvo miedo a arriesgar, pero lo que
estaba en juego ahora era realmente importante para ella: su plenitud laboral. Ahora
que estaba planeando formar un hogar con su novio y una familia en unos años (o
al menos hasta estar recibida) no tenía bien en claro cuándo iba a hacer todos
esos viajes por el mundo que planeaba, o si realmente iba a poder ir al
extranjero a estudiar o trabajar. Debía existir la forma de hacer eso sin
perder ese noviazgo; se negaba a abandonar todo lo que había construido sólo
porque su pareja quería hijos antes de los 40.
El reloj dio las 16.15, ya era hora de irse. Dejó el té en
la bacha, tomó su bolso y se fue.
Esa noche al ver las noticias en su casa, supo de un joven
de 21 años que había muerto durmiendo. Fue muerte súbita. Nora reflexionó un
poco y pensó “y uno se preocupa por boludeces”.
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