El soldado emprendió su viaje hacia su nuevo destino. Estaba
mal herido de batallas anteriores, pero sus compañeros supieron curarlo sin
dejar cicatrices, dejando brotar de a poco una profunda amistad entre ellos.
Bajo el mando del soldado, se habían convertido en un equipo
invencible en el campo de batalla, por lo que el enemigo ejecutó un trabajo de
inteligencia para desbaratar al grupo: le pagó a su mejor amigo para que le
disparara mientras dormía.
El soldado fue dado por muerto durante mucho tiempo, y así
se sentía él, vacío, errando en un país que ya no era su país, en ciudades que
ya no eran ciudades o buscando personas que ahora sólo vivían en su memoria.
Y por las noches, los fantasmas del pasado lo atormentaban.
Lo atormentaban por el oficio que había tomado. Lo atormentaban por cada vida perdida.
Pero por sobre todo, lo atormentaban por la traición que había sufrido:
-Soldado errante ¿a dónde vas? Sabes que no pertenecés a
ningún lado. Sos un astronauta sin planetas que recorrer. Un principito sin
rosas que admirar, una mortaja sin un
cuerpo al cual cubrir.
-Pero tengo tanto amor para dar. Ya no quiero pelear, estoy
cansado. - dijo el soldado.
-El amor que tienes sólo es el reservorio del veneno que saldrá
de tu boca. Todo lo que intentes construir, alguien querrá destruirlo.
Esa fue la advertencia que recibió el soldado aquella noche.
¿Era realmente una advertencia? Más bien parecía una condena que imponía su
conciencia. ¿Era realmente su conciencia, o hasta el mismísimo diablo le jugaba
una treta?
Al otro día, un grupo de rescatistas lo encontró delirando. Nunca
más supo de su amigo de la guerra. Nunca supo que él informó a los rescatistas
su ubicación. Nunca supo que en realidad el arma no estaba cargada.
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